ES UNA ELECCION
Elegir la soledad como compañera es una decisión profunda y, a menudo, dolorosa. A veces, la soledad se presenta como un refugio, una oportunidad para conocernos a nosotros mismos y encontrar un espacio de paz en medio del ruido del mundo. En mi experiencia, la soledad ha sido una amiga fiel, siempre presente cuando los demás se desvanecen, como hojas llevadas por el viento.
Es cierto que en nuestra vida hay quienes se quedan y quienes se van. Los amigos pueden ser como espejos, reflejando partes de nosotros mismos, pero a veces esos reflejos son solo ilusiones, imágenes que se rompen con el tiempo. Te das cuenta de que hay quienes solo están dispuestos a responder, a estar ahí de manera superficial, pero no a involucrarse de verdad. La frase que mencionas resuena profundamente: en toda relación hay dinámicas de dar y recibir. Si uno solo da y el otro solo recibe, la conexión nunca se establece realmente.
En este viaje hacia la soledad, hay un crecimiento personal inevitable. La soledad nos invita a ser introspectivos, a explorar nuestras emociones, a entender nuestros deseos y temores. Es un proceso que puede ser doloroso, pero también liberador. Al final, te das cuenta de que la verdadera amistad comienza con uno mismo. Al aceptar la soledad, encuentras una forma de amor propio que no depende de otros.
La soledad, entonces, no es un vacío, sino un espacio donde podemos cultivar la autenticidad y el autoconocimiento. Y aunque pueda haber pocos amigos que hablen y compartan esa conexión genuina, la relación más importante es la que tenemos con nosotros mismos. Así, la soledad puede transformarse en una aliada, enseñándonos que en nuestro interior hay una riqueza que no necesita validación externa.
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